Los velatorios (1886)

Los velatorios (1886)

Por JoséMaría Puelles y Centeno

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Sinopsis

Aunando folklore, ciencia y literatura -a veces quinteriana-, el trabajo que ahora se reedita sobre los velatorios, de los que su autor, por razón laboral, conocía todos sus entresijos, constituye hoy un valioso exponente de las raíces más profundas del sentir hispánico, que se hunde en el ancestral culto al más allá, o, como en este caso, al paso de la vida a la muerte con su larga serie de accidentes mundanos transmitidos por herencia natural, que constituyen para la antropología un precioso venero informativo. Como explica Herskovits, «la cultura llena y determina ampliamente el curso de nuestras vidas, y, sin embargo, raramente se entremete en el pensamiento consciente». El velatorio, _velorio_ o, sencillamente, _vela_ de difuntos se realizaba tras la mortaja o preparación del cadáver para su posterior acomodo en la caja donde había de ser conducido a la sepultura. Costumbre mortuoria ya en desuso en las viviendas particulares al haberse desplazado a los actuales tanatorios, las mujeres, antaño, se colocaban en la sala del muerto sentadas alrededor de la cama, donde lloraban, rezaban y chismorreaban, mientras que los hombres, en habitación aparte, fumaban y departían, a veces en divertida concurrencia, entrando y saliendo por la más cercana puerta hacia la taberna. Todos degustaban anises y pequeñas delicias de la repostería popular, nada discordantes con el duelo. El autor narra hasta el mínimo detalle de aquellas tristes veladas, en las que el chiste o el equívoco, incluso la broma chocarrera, causaban, si cabe, mayores carcajadas entre los asistentes, o donde haberes y herencias se conjugaban con la generosidad o tacañez de quien era honrado de cuerpo presente.

JoséMaría Puelles y Centeno

< p > Nacido en Alcaláde los Gazules (Cádiz) en 1853 y de ardiente juventud republicana, se revalidóen la Facultad de Medicina, praxis hipocrática que le producía < em > sobresaltos < /em > al no ser, comoél deseaba, una ciencia exacta, recelando de emitir juicios a sabiendas de que era la vida del paciente la que sufriría las consecuencias. Prisionero durante la guerra carlista, la muerte de su primera esposa, a la que fue incapaz de curar, lo sumióen una postración de la que lo aliviósu prima, renunciando a su plaza de médico titular para matricularse en Madrid en Derecho, momento que aprovechópara practicar su aletargada afición a la escritura y más tarde ganar oposiciones de notaría. Alcanzó, sin importarle la edad para ello, cuatro de sus sueños: & laquo;Vivir alejado de la política, que me es repulsiva. No ejercer la Medicina. Obtener en modesta esfera, aunque superior a mis méritos, la consideracion y el aprecio de mis convecinos. Y gozar de paz en la conciencia, base firmísima de toda felicidad & raquo;. < /p >