Una rosa puede definir una batalla

Una rosa puede definir una batalla

Por Raymond Rupén Berberian

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Sinopsis

A mis hermanos y amigos hermanos… "No soy quien da aunque no deje de hacerlo" – dije una vez y hoy lo reitero, pero bajo otra imagen: "No soy quien piensa, tan sólo sintonizo aquello que se me dicta". Parecería que fuese una confesión de un delirante ¿verdad? Por lo visto, una sola vida no alcanza para llegar a comulgar con la sabiduría de lo vedado, no así el conocimiento ilustrado, por ser un artículo mundano de utilería; un traje de gala. Soy quien soy, porque he sido, por la suma de puntaje adquiridos en mis anteriores existencias. Los denominados "genios" son el producto, la siembra y la cosecha que suma puntaje en la pretensión del Cielo. Los otros, duchos en la evolución tecnológica, científica o artística de nuestros quehaceres cotidianos son simplemente elementos talentosos, llevan una sensibilidad sobresaliente; generalmente se los confunde por seres de avanzada. No obstante ello, presienten que para alcanzar el cielo, lo suyo no es precisamente el camino trazado por las estrellas, sino lo otro, el de la pureza y la liberación de la conciencia, siendo lo más difícil de lograr. Cualquiera, sin devanar los sesos, se daría cuenta que para cumplir con su misión encomendada en la Tierra, el tiempo físico al que dispone pasa a segundo plano por ser demasiado corto y limitado; como que la vida fuese un simple episodio en cadena, un párrafo de una novela existencial, una margarita a la que debemos colocarle pétalos, donde el ser humano día tras día juega su destino a la ruleta rusa, expuesto a todo: lo bueno y lo malo; ignorando para colmo, que lo suyo posee cotización y sanciones en lo oculto. La vida, en el buen sentido de la palabra, consiste en saber reconocer que todo aquello que nos sucede son pruebas de resistencia y, reiterados exámenes de comprensión y asimilación, como que debiéramos aceptar a las desgracias sin objetar, como parte de un deber por asumir; comprender que todo lo que nos acontece esté ligado inexorablemente a nuestro destino y éste, a la Palabra Divina. El hecho de resignarse a tomar el destino como un pesado fardo es, para mí, desconocer que el ser humano transparenta su parodia ante los jueces de la eternidad. Es suficiente comprender y admitir a las desgracias como una migaja de nuestro pan de cada día, para que se disipe la nebulosa de nuestra mente y duela menos la resignación. En el Medio Oriente, dicen: "Si ríes un viernes, llorarás un domingo". O sea: Todo está compensado y sentenciado de antemano. Algunas profecías nos dicen: "Dios nos da y Dios lo quita" Como panfleto confeccionado en tiempos idos, es comprensible. Lo esencial es comprender, luego admitir, que todo lo que nos ocurre tiene una razón de ser y es, aunque nos parezca incomprensible y cruel, necesario soportarlo con dignidad para crecer y escalar la eternidad. Ponerse a quejarse y rebelarse contra la Autoridad Mayor es echarse tierra encima. Obrar con bondad y amor; ser agradecido, comprensivo y solidario; saber perdonar y perdonarse, pese a todo y contra todo, debiera ser una prioridad en nuestro quehacer cotidiano, cosa que nos permita seguir cultivando nuestra condición humana. Raymond Rupén Berberian******

Raymond Rupén Berberian


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